“Las islas, altivas y vigilantes como canes fieles, guardan las puertas intactas de las Rías para que estas descansen y sueñen, mientras los ríos regalan al Océano la más gentil poesía de tierra adentro” Castroviejo.
Estas islas atlánticas fueron utilizadas como escondite de pueblos cercanos y naves enemigas, medio de vida de pobladores y paraíso de turistas. Todos ellos nos han dejado leyendas, supersticiones, y costumbres. A lo largo de la historia todas ellas han pasado por situaciones similares debido a su relativa proximidad y por cercanía a la costa: fueron ocupadas por distintas órdenes monásticas en la Edad Media; a inicios del segundo milenio fueron propiedad de la Iglesia y eran aforadas a nobles de la época; fueron atacadas por invasores y utilizadas como base de sus incursiones a la costa; conocieron el desarrollo de las empresas salazoneras y ahora comparten su belleza con los visitantes.
Las islas, situadas en la entrada de las rías, frenan las bravas aguas que llegan del océano, rodeadas de aguas ricas en pesca y marisco, que constituyó parte importante de la dieta de sus pobladores y que hicieron de ellos expertos marineros. Estas gentes aprendieron a cultivar sus tierras, a utilizar sus plantas para curarse, y crearon todo un saber popular único, ahora en peligro de extinción. Sin embargo, cada una de las islas, por su situación y características particulares, tiene una historia propia dando lugar a distintos valores patrimoniales y culturales.